Un
nuevo 24 de marzo, otro aniversario del maldito hito que nos partió el corazón
hasta el fin de los tiempos.
Un
nuevo 24 que no viene despojado de presente.
En
los últimos años ha habido transformaciones en todos los ámbitos sociales y
políticos, y se ha generado una cultura de la memoria que se explaya en los más
variopintos sitios y rincones, conducida desde una suerte de mesa de mezclas
donde se pretende afinar en un mismo ritmo y sonido, a un coro homogéneo que no
admite diversidades ni multiplicidades.
Así
como la historia no puede existir sin la memoria, la memoria no puede dejar de
meterse en el presente, y, abordando los sitios concretos que son en sí mismos
memoria, tanto los que han sido escenario de las atrocidades, o los que se
rehabilitan o los que se construyen, dichos espacios y centros de memoria están influidos de las necesidades
políticas del momento que se hacen, y es
lógico e innegable que así sea; otra cuestión es el uso y utilidad de la
construcción de una memoria histórica a semblanza y en concordancia con un
partido, organización o gobierno.
Los
memoriales, espacios especiales, son ideados
como lugares de conmemoración y remembranza, incorporándose en la
reconstrucción de esta cita creadora, la presencia de los testimonios y denuncias
de los sobrevivientes.
Y es
en este punto de encuentro, entonces, donde se conjugan los rastros del pasado,
suenan en presente y sueñan en futuro.
La
complejidad del presente se escabulle de las imágenes claras y precisas que la
memoria se esfuerza en acercar, y como una variante de calidoscopio dibuja
escenas esperpénticas, un memorial de “héroes” de Malvinas en el mismo sitio
donde esos “adalides” torturaron, violaron y asesinaron; o acondicionar un poco
allá y un poco acá, una sala de proyecciones dentro de la ESMA, para desarrollar los
tramos judiciales que restan en la causa contra los genocidas de la armada, sin
desplazarse a la cartografía del dolor de los familiares, las víctimas, los
sobrevivientes.
Iniciativas
éstas, salidas de discursos efectistas y demostrativas del manejo que de los
derechos humanos vienen avasallando desde las instancias del poder y desde los
organismos cooptados, hoy más gubernamentales e inamovibles que las estatuas de
la Casa Rosada. Si visitar, adentrarse en un sitio conmemorativo, nos coloca en
el evocar y en reconstruir lo que allí pasó, sentir en el cuerpo y en el
alma; sólo los perpetradores y represores,
quedan fuera de esta rememoración fraterna. Esas disparatadas propuestas
ignoran y desoyen los silencios que aún
suenan desgarrados en las paredes y pasillos de la ESMA.
Podría
hablarse de una pluralidad de memorias, y no seria errático ni restador, porque
ello se corporiza en las marchas diferentes, y en las consignas que llevan los
mensajes a los que pusimos protegidos en las fotografías. Y si la dimensión del
recuerdo es la del propio reconocimiento, la memoria es parte, necesariamente,
de un sistema crítico, es la alerta contra el olvido de las injusticias y
atropellos, que dejaron las calles manchadas y con siluetas hechas jirones, que
reaparecen en las demandas sociales actualizadas a golpe de resistencias contra
un sistema perverso que devora insaciable lo mejor de la gente, la gente que enfrenta y escabulle la ley
antiterrorista implementada por el gobierno de los derechos humanos.
Las
imágenes quedan fijadas en fotografías, y de aquella memoria gráfica que no se
re-encuentra como parte del hoy, se va borrando, se diluyen, las desaparecen….
Las imágenes son reconocibles a través de su relación con el tiempo del
presente. Los límites de una
fotografía nos desafían a completar lo que no vemos, lo que está fuera de la
imagen. Así como las hojas y expedientes sueltos o descubiertos al azar, de los
archivos de la dictadura que encierra todo el paisaje que es indispensable para
que no estén perdidos en soledades ni en silencios aquellos que nadie nombra ni
recuerda, pero sabíamos que estaban.
Aún
hoy a 36 años del golpe asesino, del genocidio instaurado, no se soporta
todavía su potencia demoledora, y se crean atajos jurídicos procesales y
políticos, para evitar su uso, y se allana y banaliza, se emiten calificaciones
de genocida en lugar de asentar en conciencia el genocidio perpetrado. Y así
sobran en los documentos, en los textos, en las demandas y en las querellas,
calificaciones todas insuficientes.
Pero
la realidad es siempre generosa en variedades y posibilidades, y por ahí
también anda anidando y proliferando una cultura de la memoria centrada en las
víctimas, en las gentes, lejos de los mármoles, de los monumentos,
subvenciones, negocios, puestos, acomodos y funcionariado.
Ahí
anda callejeando en baldosas que amalgaman los recuerdos, baldosas de muchos colores
y de muchas manos, una cultura de memoria en espacios públicos abiertos, en
marchas, una cultura de la memoria en los nuevos reclamos y en los nuevos
desaparecidos….
Y
hoy 24 de marzo, ahí anda la memoria, desnuda y desafiante, buscando a Jorge Julio López entre tanta
concurrencia y hojarasca.
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