Cumpliendo los 25 años queremos recordar-recordar, volver a pasar por el corazón, las editoriales que fuimos escribiendo a lo largo de estos años.
En 1984, ¿Dónde estábamos entonces? Empezando a juntar las sílabas de algo que con el tiempo llamamos testimonio. No simplemente contar, como se pueda, lo que nos pasó. No. Testimonio: decir estrujando el cuerpo, repasando las heridas, volviendo a despedirnos de los compañeros; decir acusando a los criminales que nos tocaron en el cruel reparto del genocidio.
¿Qué nos convocaba a reunirnos con los otros y otras hacia la primavera del 84? La posibilidad de seguir sacándonos capuchas y grillos, tantear a los costados amigos nuevos, reconstruir un rompecabezas de compañeros, represores y campos de concentración conocidos por fragmentos.
La Asociación sin más, empezaba a darse en los hechos. Nos asociamos, nos pensamos juntos ¡tan luego nosotros que habíamos sido liberados con el terror a cuestas, para aislar y quemar todo impulso de volver a ser uno mismo y, de ese modo, parte de los demás, parte con los demás!
Nos asumimos testimonio: contar para denunciar, tal vez salvar alguna vida…recuperar las voces que se ahogaron en los campos y suenan sin pausas en nuestros oídos.El país de esos días: la promesa de la justicia, el desafío de la justicia.
Los demócratas nos dispararon con impunidad. La amañada prescripción de causas imprescriptibles: una ráfaga. Las instrucciones del procurador general a los fiscales, otra ráfaga. El punto final con la obediencia debida: casi a quemarropa. Los indultos: directo a la sien. La democracia nos halagó con miles de tiros, uno por cada represor liberado, perdonado, ascendido, reivindicado.
Otra vez, nos asumimos testimonio, ¡pero teníamos mucho más que denunciar! Una cámara de diputados, otra de senadores, presidentes, ministros y todos los alcahuetes de televisión, radio y papel prensa, más el palacio de la justicia, las sotanas-Sataná s y el poder económico, dueño y señor de nuestras vidas y muertes.
Nuestras vidas y muertes. ¿Saben? A veces nos decimos sobrevivientes. Como descubrimos que el testimonio y el deber no eran solo individuales, sino colectivos, así fuimos viendo que la sobrevivencia era compartida, distinta para cada uno, pero común desde que nos hayamos vivos y todos tenemos algún nombre que pronunciar sin que nadie nos responda. Al cabo, nos decimos ex detenidos, sobrevivientes, aparecidos y de suyo, militantes. Es decir, con el antes de la lucha en nuestras vidas secuestradas y sobrevividas.
Se trata para nosotros de seguir siendo quienes éramos, con todas nuestras heridas y nuestros nombres sin respuesta, por eso nuestra identidad es la lucha por la memoria y la justicia.
2001. Estamos aquí, íntegros, con toda nuestra identidad, la que logramos sostener dentro de los campos de concentración, gracias a la solidaridad entre nosotros, a pesar de capuchas y grilletes, a pesar de que quisieron hacer de nosotros un número, una letra. Identidad que sostuvimos cuando quebramos el silencio con nuestros testimonios, desbaratando el mandato de los genocidas. Armando la historia de lucha del compañero desaparecido y junto con ella la memoria colectiva de nuestro pueblo, para enlazar aquellas luchas del movimiento popular con las de hoy. Llegamos a nuestros 17 confiando en nuestro pueblo, siendo parte de él. Porque no nos vencieron, continuamos con el mismo compromiso de lucha y la misma solidaridad, como en aquellos 17, apostando a la memoria, a la justicia, a la identidad, a la lucha, a la revolución.
Entonces nuestra presencia en las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 encaja en ese hueco rodeado por el “antes” de la desaparición, el de otras marchas, tal vez en esas calles, seguro que parte de la misma lucha. Son esas batallas las que sentimos ganadas cada vez que un represor va a la cárcel y cada vez que un juicio se abre. Así como esas dos noches de agosto de 2003 en las que abolimos las dos leyes de la impunidad recorren como amalgama todas estas piezas. Nuestros brazos alzados, los brazos de miles empujando el sí a la nulidad que durante tantos años los legisladores se negaron a pronunciar.
Voces más roncas pero tan claras y convencidas –como los primeros pasos militantes- de que nuestro pueblo tiene derecho al pan en la mesa, al techo que abriga, la ciencia en la escuela, la medicina en el hospital; al amparo cuando le crecen los años, al digno trabajo que produzca bienes para que los disfrute el pueblo.
En estos años, en que los discursos están plagados de derechos humanos, vimos cómo se descolgaban cuadros, cómo se pedía perdón, cómo se vaciaban de sus maestros algunas de las escuelas del horror, y cómo se insistía en hacernos oír la palabra justicia. Pero a la señora seguimos viéndola con los ojos vendados, con sus laberintos colmados de jueces y fiscales de la dictadura y volvimos a sentirla a cuentagotas.
Del mismo modo que le pusimos el cuerpo y el alma a terminar con las leyes de impunidad, comenzamos la batalla para que todos los represores sean sentados en el banquillo y acusados por todos los compañeros. Una vez más, el Estado de derecho cargó sobre nuestras espaldas la mochila llena de la responsabilidad de aportar las pruebas, la suya siguió vacía y arrumbada y los archivos secretos, más secretos todavía.
Obstinados, seguimos adelante. En 2006 conseguimos que la prisión de Miguel Etchecolatz se perpetúe en cárcel común y que un tribunal por fin diga una verdad prohibida: en nuestro país se perpetró un genocidio. Pero nuestro compañero Julio López no pudo escuchar esa sentencia para la que aportó su valiente testimonio. Desde ese 18 de septiembre está desaparecido. Todos los poderes del Estado se empeñaron en devolvernos sobradas pruebas de encubrimiento y complicidad. Volvieron a dispararnos, casi un tiro de gracia. Pero no. Salimos a la calle, volvimos a desgarrarnos: “Ahora, ahora, resulta indispensable aparición con vida y castigo a los culpables”.
Como tantas otras veces, gritamos, denunciamos la impunidad. La justicia nos devolvió, otra vez, una mordaza. Algunos tribunales decidieron silenciarnos.
Con todas las heridas y con nuestros nombres sin respuesta, hoy con uno más –Julio- que nos despedaza cada día, nuestra identidad sigue siendo la lucha por la memoria y la justicia, que ya y ahora se grita: “Castigo para todos los genocidas, justicia para todos los compañeros”.
Nuestra memoria podrá tener agujeros de dolor, de ausencia, pero no de hechos que nos crispan y nos dan más motivos para continuar en pie de lucha. Nos increpa la desaparición de Luciano Arruga, nos corroen los asesinatos a manos de la policía de Jonathan “Kiki” Lezcano y Ezequiel Blanco, a quien a modo de macabro volver a vivir, enterró como NN. Nos subleva la impunidad de hoy generada, alimentada, sustentada por la impunidad de ayer.
Por Julio, por Luciano, por estos pibes y todos los que caen bajo las balas del gatillo fácil, por los que el hambre y la desocupación desaparecen, por los que la represión castiga por resistirse a desaparecer por hambre y desocupación, por nuestros 30 mil; seguimos enteros y dando batalla.
Sabemos que junto a todos los que luchan, decimos nuestros deseos: Justicia para los compañeros, justicia para el pueblo. Seguimos adelante, organizados y coherentes, conflictivos y fraternos. Con las banderas de nuestros compañeros en alto. Guardando en el cuerpo todas las memorias.
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EQUIPO PORTAL WEB AEDD:
LIDIA FRANK
GUSTAVO CARBONELL
Los invitamos a visitar nuestro sitio web:
www.exdesaparecidos .org.ar
e mail: aedd@exdesaparecido s.org.ar
En 1984, ¿Dónde estábamos entonces? Empezando a juntar las sílabas de algo que con el tiempo llamamos testimonio. No simplemente contar, como se pueda, lo que nos pasó. No. Testimonio: decir estrujando el cuerpo, repasando las heridas, volviendo a despedirnos de los compañeros; decir acusando a los criminales que nos tocaron en el cruel reparto del genocidio.
¿Qué nos convocaba a reunirnos con los otros y otras hacia la primavera del 84? La posibilidad de seguir sacándonos capuchas y grillos, tantear a los costados amigos nuevos, reconstruir un rompecabezas de compañeros, represores y campos de concentración conocidos por fragmentos.
La Asociación sin más, empezaba a darse en los hechos. Nos asociamos, nos pensamos juntos ¡tan luego nosotros que habíamos sido liberados con el terror a cuestas, para aislar y quemar todo impulso de volver a ser uno mismo y, de ese modo, parte de los demás, parte con los demás!
Nos asumimos testimonio: contar para denunciar, tal vez salvar alguna vida…recuperar las voces que se ahogaron en los campos y suenan sin pausas en nuestros oídos.El país de esos días: la promesa de la justicia, el desafío de la justicia.
Los demócratas nos dispararon con impunidad. La amañada prescripción de causas imprescriptibles: una ráfaga. Las instrucciones del procurador general a los fiscales, otra ráfaga. El punto final con la obediencia debida: casi a quemarropa. Los indultos: directo a la sien. La democracia nos halagó con miles de tiros, uno por cada represor liberado, perdonado, ascendido, reivindicado.
Otra vez, nos asumimos testimonio, ¡pero teníamos mucho más que denunciar! Una cámara de diputados, otra de senadores, presidentes, ministros y todos los alcahuetes de televisión, radio y papel prensa, más el palacio de la justicia, las sotanas-Sataná s y el poder económico, dueño y señor de nuestras vidas y muertes.
Nuestras vidas y muertes. ¿Saben? A veces nos decimos sobrevivientes. Como descubrimos que el testimonio y el deber no eran solo individuales, sino colectivos, así fuimos viendo que la sobrevivencia era compartida, distinta para cada uno, pero común desde que nos hayamos vivos y todos tenemos algún nombre que pronunciar sin que nadie nos responda. Al cabo, nos decimos ex detenidos, sobrevivientes, aparecidos y de suyo, militantes. Es decir, con el antes de la lucha en nuestras vidas secuestradas y sobrevividas.
Se trata para nosotros de seguir siendo quienes éramos, con todas nuestras heridas y nuestros nombres sin respuesta, por eso nuestra identidad es la lucha por la memoria y la justicia.
2001. Estamos aquí, íntegros, con toda nuestra identidad, la que logramos sostener dentro de los campos de concentración, gracias a la solidaridad entre nosotros, a pesar de capuchas y grilletes, a pesar de que quisieron hacer de nosotros un número, una letra. Identidad que sostuvimos cuando quebramos el silencio con nuestros testimonios, desbaratando el mandato de los genocidas. Armando la historia de lucha del compañero desaparecido y junto con ella la memoria colectiva de nuestro pueblo, para enlazar aquellas luchas del movimiento popular con las de hoy. Llegamos a nuestros 17 confiando en nuestro pueblo, siendo parte de él. Porque no nos vencieron, continuamos con el mismo compromiso de lucha y la misma solidaridad, como en aquellos 17, apostando a la memoria, a la justicia, a la identidad, a la lucha, a la revolución.
Entonces nuestra presencia en las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 encaja en ese hueco rodeado por el “antes” de la desaparición, el de otras marchas, tal vez en esas calles, seguro que parte de la misma lucha. Son esas batallas las que sentimos ganadas cada vez que un represor va a la cárcel y cada vez que un juicio se abre. Así como esas dos noches de agosto de 2003 en las que abolimos las dos leyes de la impunidad recorren como amalgama todas estas piezas. Nuestros brazos alzados, los brazos de miles empujando el sí a la nulidad que durante tantos años los legisladores se negaron a pronunciar.
Voces más roncas pero tan claras y convencidas –como los primeros pasos militantes- de que nuestro pueblo tiene derecho al pan en la mesa, al techo que abriga, la ciencia en la escuela, la medicina en el hospital; al amparo cuando le crecen los años, al digno trabajo que produzca bienes para que los disfrute el pueblo.
En estos años, en que los discursos están plagados de derechos humanos, vimos cómo se descolgaban cuadros, cómo se pedía perdón, cómo se vaciaban de sus maestros algunas de las escuelas del horror, y cómo se insistía en hacernos oír la palabra justicia. Pero a la señora seguimos viéndola con los ojos vendados, con sus laberintos colmados de jueces y fiscales de la dictadura y volvimos a sentirla a cuentagotas.
Del mismo modo que le pusimos el cuerpo y el alma a terminar con las leyes de impunidad, comenzamos la batalla para que todos los represores sean sentados en el banquillo y acusados por todos los compañeros. Una vez más, el Estado de derecho cargó sobre nuestras espaldas la mochila llena de la responsabilidad de aportar las pruebas, la suya siguió vacía y arrumbada y los archivos secretos, más secretos todavía.
Obstinados, seguimos adelante. En 2006 conseguimos que la prisión de Miguel Etchecolatz se perpetúe en cárcel común y que un tribunal por fin diga una verdad prohibida: en nuestro país se perpetró un genocidio. Pero nuestro compañero Julio López no pudo escuchar esa sentencia para la que aportó su valiente testimonio. Desde ese 18 de septiembre está desaparecido. Todos los poderes del Estado se empeñaron en devolvernos sobradas pruebas de encubrimiento y complicidad. Volvieron a dispararnos, casi un tiro de gracia. Pero no. Salimos a la calle, volvimos a desgarrarnos: “Ahora, ahora, resulta indispensable aparición con vida y castigo a los culpables”.
Como tantas otras veces, gritamos, denunciamos la impunidad. La justicia nos devolvió, otra vez, una mordaza. Algunos tribunales decidieron silenciarnos.
Con todas las heridas y con nuestros nombres sin respuesta, hoy con uno más –Julio- que nos despedaza cada día, nuestra identidad sigue siendo la lucha por la memoria y la justicia, que ya y ahora se grita: “Castigo para todos los genocidas, justicia para todos los compañeros”.
Nuestra memoria podrá tener agujeros de dolor, de ausencia, pero no de hechos que nos crispan y nos dan más motivos para continuar en pie de lucha. Nos increpa la desaparición de Luciano Arruga, nos corroen los asesinatos a manos de la policía de Jonathan “Kiki” Lezcano y Ezequiel Blanco, a quien a modo de macabro volver a vivir, enterró como NN. Nos subleva la impunidad de hoy generada, alimentada, sustentada por la impunidad de ayer.
Por Julio, por Luciano, por estos pibes y todos los que caen bajo las balas del gatillo fácil, por los que el hambre y la desocupación desaparecen, por los que la represión castiga por resistirse a desaparecer por hambre y desocupación, por nuestros 30 mil; seguimos enteros y dando batalla.
Sabemos que junto a todos los que luchan, decimos nuestros deseos: Justicia para los compañeros, justicia para el pueblo. Seguimos adelante, organizados y coherentes, conflictivos y fraternos. Con las banderas de nuestros compañeros en alto. Guardando en el cuerpo todas las memorias.
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